Adoración: Tema 1

1. ¿POR QUÉ Y PARA QUÉ HE SIDO CREADO?

Cada uno de nosotros ha sido creado para adorar a Dios y disfrutar de su presencia. Esta es nuestra razón de ser. Estamos hechos para vivir en la presencia de Dios, con todo lo que esto implica: comunión, relación, entrega, paz, gozo, alegría...
            En el libro del Génesis podemos percibir, a través de sus relatos, que existía una relación entre el hombre y Dios. Había diálogo, había presencia del hombre ante la presencia de Dios. Aunque no lo dice explícitamente, si podemos pensar que había adoración. En el siguiente texto del Génesis observamos que Dios desea encontrarse con el hombre:

“Oyeron luego el ruido de los pasos de Yahveh Dios que se paseaba por el jardín a la hora de la brisa, y el hombre y su mujer se ocultaron de la vista de Yahveh Dios por entre los árboles del jardín. Yahveh Dios llamó al hombre y le dijo: «¿Dónde estás?»” (Gn 3,8-9)

            Todos los días a la misma hora Adán y Eva tenían una cita con Dios. Ellos lo sabían, pero ese día no acudieron a su cita. No hubo adoración. ¿por qué? Porque se sentían indignos. Se había roto la comunión debido a una desobediencia, como relata el capítulo 3 del Génesis.
            Adán y Eva eran criaturas privilegiadas porque no había ninguna otra criatura terrestre que pudiera adorar a Dios. Sólo ellos podían entrar en esa comunión. Era algo que Dios había hecho porque quería y se gozaba en sus criaturas. El Señor estaba feliz y alegre con esa comunión. El hombre, por su parte, encontraba su plenitud y su razón de existir en Dios. Y si empezó adorando a Dios, también acabará adorándole junto con otras criaturas celestiales porque para eso fue creado y Dios es fiel en sus propósitos y si ha deseado lo mejor para sus hijos desde el principio, lo mantendrá eternamente. En el libro del Apocalipsis nos muestra el final que espera a los adoradores:

“Después miré y había una muchedumbre inmensa, que nadie podría contar, de toda nación, razas, pueblos y lenguas, de pie delante del trono y el Cordero, vestidos con vestiduras blancas y con palmas en sus manos. Y gritan con fuerte voz: «La salvación es de nuestro Dios, que está sentado en el trono, y del Cordero.».Y todos los Ángeles que estaban en pie alrededor del trono de los Ancianos y de los cuatro Vivientes, se postraron delante del trono, rostro en tierra, y adoraron a Dios” (Ap 7,9-11)

            Muchas veces no somos conscientes del gran privilegio que nos ha sido concedido, sin que por el hayamos hecho nada que nos merezca tenerlo. Somos adoradores de Dios y podemos participar y disfrutar de todas sus riquezas infinita y eternamente. Esta afirmación a veces no se corresponde con la realidad, pero sí se puede decir que somos adoradores de Dios, ya sea en la práctica o bien en potencia. Es decir que si ahora alguien no está adorando a Dios lleva en su interior este llamado que debería empujarlo a hacerlo algún día, si es posible mejor antes de morir.

            Pero parece que existe una contradicción, porque sabemos que hemos sido creados para adorar a Dios pero parece ser que nuestros sentidos y lo que hay a nuestro alrededor nos empujan a todo menos a la adoración. Esto es debido a que se ha producido una especie de amnesia espiritual, o una crisis de identidad que puede ser, y de hecho es, aprovechado por algún enemigo. Así pues, hemos perdido nuestras raíces. La caída de Adán y Eva produjo una ruptura entre la humanidad y el propósito de su existencia. Ya no podían encontrar su razón de existir por sí solos. Desde entonces millones de hombres siguen vagando por el mundo sin rumbo ni dirección. Y esto es un grabe problema, ya que si las personas no saben reconocer de donde vienen ni a donde van, ni cual es la razón de su existencia, el diablo y sus aliados se encargan de reprogramar su mente para que piensen o hagan cualquier cosa menos aquella para la cual Dios los creó.
            Si analizamos cual es el propósito de vida de la mayoría de las personas, seguramente sería formar una familia, trabajar, ganar el máximo dinero posible, ser famoso, tener una posición social alta y cosas parecidas. Los hombres que así piensan realmente no conocen el propósito real de su vida.
            Ahora bien, no todos los propósitos se limitan al aspecto más material de la vida, sino que también hay quienes buscan explicaciones a sus preguntas existenciales en creencias de todo tipo, practicas espirituales, meditaciones y filosofías diversas que no resuelven definitivamente la confusión interna.
            Y como acostumbra a suceder, cuando las cosas materiales y  espirituales equivocadas no llenan la vida ni confortan el alma y el espíritu humano tal y como realmente se necesita, se sigue adelante como se puede, llenando la vida con muchas cosas. Tantas como se puedan alcanzar y que no dejen mucho tiempo para pensar: coches, viajes, comidas, sexo, deportes o aficiones extralimitados, drogas, estudios eternos, prácticas espiritistas, extraterrestres, cosas paranormales, etc...
            Si una persona vive solo porque es una alternativa mejor que morir ¿de qué sirve?. Entonces es normal que busque cualquier cosa que pueda satisfacer su carne durante la temporalidad de su vida. Por desgracia, esto es realmente triste y al mismo tiempo alarmantemente abundante. Si el hombre no entra en la presencia de Dios y le adora todo será apariencia, pasajero, felicidades con regusto amargo, placeres con efectos secundarios destructivos, proyectos cumplidos seguidos de vacíos, preguntas sin respuestas ahogadas en mil y una cosas, y tantas consecuencias que siguen a la euforia inicial de la humanidad desconocedora del verdadero motivo de su existencia.

            Una cosa tenemos que tener clara: el diablo se encarga de impedir que descubramos quiénes somos y para que hemos sido creados. Conociendo nuestro propósito nos ofrece todo lo que nuestra carne pide para impedir que encontremos la solución correcta.
            La realidad nos muestra que la confusión no solamente se encuentra entre los que no conocen a Jesucristo. También puede encontrarse entre los llamados cristianos y sus iglesias. Puede suceder que haya iglesias que hagan de todo menos adorar a Dios. Y pueden ser cosas socialmente buenas.
No importa lo que se haga ni los sentimentalismos que puedan surgir (evangelizaciones, asambleas, reuniones, catequesis...), si no se restaura la adoración y el verdadero significado de ser adoradores, de poco sirve o incluso de nada.
            Dios, que ha mandado a su Hijo Jesús para salvarnos y a su Espíritu Santo para estar con nosotros todos los días de nuestra vida, tiene un precioso e inigualable propósito para la humanidad: Adorar y disfrutar de Él para siempre. A parte de este no hay otro propósito alternativo (puede haber complementos pero nunca substitutos), y si el hombre no lo acepta deambula de un lado  a otro sumido en desorientación espiritual que cada vez puede ser un obstáculo mayor que le impida descubrir para qué fue creado. Y hay mucho en juego...
            Para la humanidad, y sobre todo para los cristianos profesos, no cumplir con el propósito para el cual Dios nos creó es un gran fracaso. ¿De que nos habría servido la vida si no la orientamos hacia el verdadero propósito? Es trágico pensar que Dios nos ha hecho para Él, y para llenarnos de bendiciones, frutos espirituales, como un jarro lleno de flores que desprenden su fragancia, pero, en cambio, podamos permitir que ese jarro se rompa y no sirva para su propósito.

            Llegados aquí, podemos estar pensando que deberíamos comprometernos más con la adoración. Este sería un hermoso y correcto pensamiento. Ahora bien, no podemos quedarnos en un buen pensamiento o una intención, sino que es necesario dar un paso adelante y empezar a practicar la adoración. Porque una de las grandes artimañas del diablo es llenarnos de buenas intenciones y buenas ideas para que pensemos que estamos bien, pero por otro lado trabaja para que nunca encontremos el lugar, la hora, la forma de poner en práctica esas ideas, y como pensando nos encontramos cómodos (sobretodo si estamos en la cama), muchas veces se sale con la suya.

Permíteme repetirlo: Dios te ama infinitamente y desea compartir contigo todo lo que Él es y tiene. Dios te llama a entrar en su presencia y vivir la verdadera adoración. Cada día te está esperando, si supieras cuánto te ama y cuánto desea entrar en comunión contigo.... Adórale!!!

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